3/5/08

Zapato

Necesito zapatos, un par sencillo, color marrón, sin estridencias.
Para andar, para ir a trabajar, para salir alguna vez. Hasta pueden parecer zapatillas.
Pensé en eso toda la semana, en ir a comprarlos. Pero recordé algo: los fantásticos Hush Puppies que tengo desde hace por lo menos un lustro, casi sin uso, que me había comprado para un civil y usado solamente un par de veces, porque me quedaban ajustados.
Los busqué.
Los encontré fácil.
Los limpié con un pañito húmedo.
Divinos. Los llevé a la zapatería, para que me los agranden un poco.
"Probátelos", me dijo el hombre, fenómeno, después de cinco minutos de arreglo puertas atrás.
"Increíble, ni me molestan ahora", confirmé.
"Cuánto?", consulté.
"Nada, pibe. Nada".
Me fui.
Volví a casa, me bañé, me cambié, me puse los zapatos, me fui a trabajar. Volaba. La suela estaba livianita, acolchonada, parecía caminar por el aire.
Llegué al trabajo. Sentí cierta molesta en la suela. La miré: le faltaba la mitad.
Miré el otro zapato, la otra suela: faltaba la mitad.
No soñaba, no: habían desaparecido dos medias suelas, corroídas por el paso del tiempo, podridas de toda pudredumbre. Dejé el tendal: un caminito de goma negra por los pasillos de la oficina.
Huí de ahí. Busqué un taxi. Volví a casa, en puntas de pie.
Me saqué los zapatos, los miré: seguían impecables en la parte de arriba, la cuerina pulcra, marrón vívido, lujo de otros años.
Abajo, quedaban retazos, pedacitos de goma con aspecto de tierra.
Y una sensación, triste sensación de derrotado.

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