6/5/08

El agujerito sin fin...

Mi entrañable amigo Lucas me definió, en plena adolescencia, como el Joven Argentino. En un momento en el que los de mi edad empezaban a tomar, fumar, salir hasta altas horas, despertar sus frenéticas hormonas y comer las comidas más cancerígenas (Lucas era todo eso y, además, barra de All Boys), yo seguía indemne a todo. Cero alcohol, cero tabaco, cero parranda.
Así seguí durante unos cuantos años más. Y aunque el tabaco y el alcohol finalmente fueron (in)oportunamente probados, las drogas siempre estuvieron lejos, lo suficientemente lejos.
Hasta que llegó el día. Ya contaba unos veintipico.

Estaba con mi amigo Pablito H. en la terraza de su casa (creo que también nos acompañaba su amiga Denise), cómodamente recostado sobre la hamaca paraguaya, cuando dije las palabras mágicas. “Bueno, Pablo. Dame, voy a probar”. El PH de PH, sobre la calle Lavalleja, iba a ser testigo de algo impensado.
Pablo rió. Me miró con los ojos bien abiertos, mientras sostenía el cigarrillo armado de hierbas que, hasta ahí, para mí solamente eran aromáticas, olores de otros.
Antes del gran paso, me saqué las dudas:
Me puede dar ganas de tirarme a la calle?
Y si me desmayo?
Taquicardia, acaso?
No quiero reirme dos días seguidos...
Y si me muero, Pablito?
“Nada, no te va a pasar nada. Si le das una pitada, ni te vas a dar cuenta. No te puede hacer nada”, prometió.
Me acomodé en la hamaca. Agarré el novedoso armado y le di una pitada cortita, tragando el humo, expectante. Mantuve el cigarrito ahí, centímetros delante de mi cara, mirándolo confusamente, esperando las consecuencias de semejante locura. Y pasó lo peor.
“Uy, boludo, esto es re fuerte! Siento un calor terrible acá, acá adentro”, dije y señalé el pecho.
Pablo rió.
“No, en serio. Tomá, tomá”, le devolví la droga maldita. Maldita marihuana.
Pablo rió.
“Boludo siento un calor tremendo, me está quemando el pecho”, juré. La pasaba mal. Tenía miedo.
Pablo rió. “No pasa nada, es tu cabeza”, aseguró. La otra (Denise? O era Natalia?) apareció en escena, sin saber bien qué pasaba.
“No, acá, me quema acáaaaaaaaa...ay, Ay!!!!”.
Me quemó.

Mientras recorría mi pecho con el dedo, la yema tocó una brasa del cigarrillo que se me había caído y que, lógicamente, me asaba la piel. Pegué un saltito. Me saqué la ceniza hirviente de encima. Pablo rió. Había olor a quemado. Piel quemada. Y algodón quemado.

La remera de entonces todavía la tengo, gris, con un logo negro de Salve a las ballenas (cuando me la pongo para dormir, parece que el pedido es por mi salvación).

Sigue con su agujerito intacto, recuerdo imborrable de una droga que, por suerte, pude dejar antes de que me llevara hasta el fin...

3 comentarios:

nano zyssholtz dijo...

Así te quiero, perdedor!

firma: un perdedor más... uno más del montón...

franny glass dijo...

JAJAJAJA
“Uy, boludo, esto es re fuerte! Siento un calor terrible acá, acá adentro”, "me está quemando el pecho"... jajajajaja
qué buena anécdota, me hizo reír mucho

gracias por tu comentario :) y sí, las palabras son mías... bah, estar ya estaban, yo nada más las ordené

Anónimo dijo...

jajaja
vengo leyendoooo toooodooo eh!
dado que hoy apareció (nuevamente) mi hermano PH, decidí dejar un: hola jota!!!!
besoteeesss!
sigo entrando acá, cada vez que me quiero reir un rato!!

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