3/5/08

Siete de oro... o de copas

Me gusta leer. Mucho.
Desde siempre, pero con los años la idea de no dormirme sin dar unas vueltas de página se volvió necesidad, placer, regocijo.
Y no puedo no terminar un libro avanzado: si en las primeras páginas me doy cuenta de que no me gusta, lo dejo para otra ocasión (ocasión que generalmente encuentro años después); si sigo un poco, llego indefectiblemente hasta el final.
Las vacaciones son, claro, un buen momento para la lectura. Eso pensaba en los días de fin de año-año nuevo del 2000/2001, cuando me trasladé con amigos a Ostende. Pablo, Tele, Gaby y yo llegamos de a poco, alguno solo, otros de a dos, y después de varios días de sol y buena comida (nunca mujeres, no por falta de ganas sino de coraje, valor, capacidad o triunfalismo), así como caímos nos fuimos levantando para volver a la vida de la ciudad.
Fui el último en dejar Ostende, una medianoche, con todo ese día en soledad. Y sin libro.
Me acerqué, entonces, con mi soledad al centro de Pinamar.
Caminé, encontré una librería, hurgué el material. Y compré: Siete de oro, de Antonio Dal Masetto, "una de esas pocas novelas que adquieren con el tiempo un perfil emblemático y legendario", se lee aún en la contratapa.
Siempre me gustó leer a Dal Masetto y sus crónicas de café en Página 12. Dije, entonces: la novela tiene que ser superior. Y lo fue.
Devoré casi medio libro, unas 90 páginas, en esa tarde. Un poco en la playa, otro poco en el hotel, el resto en la terminal de ómnibus. No veía la hora de llegar a Buenos Aires para seguir leyendo -en los micros y autos me marea la vista-.
Ya en la Ciudad, la rutina me devoró los tiempos. Enlentecí el ritmo, demoré semanas, quizá meses en avanzar. Pero lo hice.
El capítulo 15 me encontró motivado. La historia, abierta de par en par, me llevaba a una y otra línea. Leía a borbotones: "Siento que desde mi cuerpo surge, a través de la noche, toda la fuerza que siempre he encontrado en los peores momentos. Caen los minutos, una luz se mueve sobre el agua. Cuando regresamos, alumbrán-" (STOP)
Así terminó la página 160. Y yo terminé asediado por la curiosidad.
Y la 161? En blanco.
En la 163 arrancó otro capítulo, al cual no le faltaba imprimir una página sino cuatro o cinco. Y así hasta el final del libro.
Tenía páginas en blanco!!!!!!!!!!
Recorrí varias librerías de Buenos Aires y encontré, en todas, la misma respuesta: "Tendrías que ir a donde lo compraste para que te lo cambien, tenés la factura?". No, no tengo la factura! Y no voy a viajar a Pinamar para cambiar un libro.
"Sos un perdedor", me dijo un amigo, compañero en el gusto de leer, al que nunca le pasó nada semejante. A mí tampoco, a pesar de que cada vez que compro uno, ahora reviso que tenga todo en su lugar, sin espacios vacíos.

No me enojé por el comentario de mi amigo. Con el tiempo entendí que tenía razón. Sólo que me quedé con las ganas de saber cómo termina Siete de 0ro, el único libro que nunca terminé...

2 comentarios:

Mónica dijo...

No, mi querido, no sos un perdedor, la vida viene fallada, y vos tenés los ojos abiertos. Lo del libro me pasó con "el pajaro canta hasta morir" en la página 400 y pico. a partir de allí era una si y una no.Mirá que sin todo lo que te "pasa" tu vida sería un aburrimiento comatoso. Todo es adrenalina, aguante, J !

Anónimo dijo...

A mí hace poco me pasó con un libro de Kundera(La Broma, que estaba leyendo por la página 111, y de repente pasa a las 116, y me seguí fijando y estaban todas mezcladas (un alivio, aunque sea no ausentes).. Asique fui rearmando el libro por unas 8 páginas, nada demasiado trágico, pero nunca me había pasado..

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