14/5/08

A ciegas

Fernando estaba ahí, usando la única PC con Internet del diario. Lo miré extrañado. Y miré el monitor. “Esto está buenísimo”, me dice. “Qué es eso?”, consulto. “Una página de chat, entrás acá y chateás con minas de cualquier lado. Ves? La gente es de distintos lugares, depende el canal al que entres”, me explica.
No entendí nada. Pero decidí explorar.
Esa noche, cuando todos se fueron, me quedé chateando. Qué palabra idiota, pensé. Lo sigo pensando. Prefiero decir que hablé con alguien por messenger a decir que estuve chateando.
En ese entonces, el msn ni existía en mi lenguaje. Ni el icq, que igualmente entraría meses después a mi vida, como una droga dura, difícil de dejar (recién la abandoné cuando la reemplacé por el msn). En esa época, la papa estaba en los salones de chat. O al menos era lo que conocía.
Allí me sumergí esa noche, y un par de noches después. Y ahí conocí a Lola Madryn. Vamos a describirla.
Lola Madryn era de Palermo, pero vivía en Puerto Madryn. Estudiaba biología marina o algo así en el Sur. Tenía unos 18 años. Yo jóvenes 23. Muy simpática, me dio charla en un ámbito completamente desconocido para mí y hasta me invitó al privado. Epa.
A no pensar mal: lo único que hacía el privado era impedir que los demás leyeran lo que nosotros nos escribíamos. Que no era nada del otro mundo.
Del chat pasamos al mail. Y un día hasta la llamé.
“Qué voz tierna”, pensé. Dulce, fina. De nena, es verdad.
Un día recibo un mail de Lola Madryn. “La semana que viene voy para Buenos Aires, nos podríamos ver, no?”, sugiere.
Ay.
Qué se hace en esos casos? Se huye? Se desvía la atención a otro lado? Se acepta sin más?
Dudé unos días. Y le respondí que sí.
Me pidió una foto. No tenía, claro. Ni scanner, ni cámara digital ni nada parecido. Le pedí a ella. No tenía, tampoco. Entonces para qué me pide?
Llegó a Buenos Aires. La llamé.
Quedamos: jueves 21.30 en Coronel Díaz y Santa Fe. Era cerca de su casa. Y, fundamental, lejos de la mía: no quería que nadie me viera.
A las 20.30 se largó a llover como si fuera a pasar Noé con los animalitos. La llamé. Confirmamos igual. Me tomé un taxi desde Constitución hasta ahí para no mojarme.
Ya habíamos arreglado todo.

Cómo reconocerse? “Voy con polera violeta”, aseguró. “Conmigo no vas a tener problemas -dije-. Tengo un sweater ridículo, a rayas horizontales blancas, naranjas y azules”. Maldije haber ido así vestido.
Rió.
Llegué temprano, como siempre. Nervioso. Empecé a buscar a mi chica de polera violeta. Pasó una, linda. Ooole.
Pasó otra. Out.
Y otra.
Y otra
Y otra.
Esa noche, todas las minas se pusieron polera violeta para joderme la vida. Esa noche me di cuenta, en realidad, que la polera violeta se usa mucho, es muy común.
Pasaron los minutos y nada.
21.45. Y si es fea?
21.47. Y si es muy fea?
21.50. Y si está tan buena que me da verguenza?
21.52. Y si es fea?
21.55. Viene un taxi hacia mí. Viene por Coronel Díaz, cruza Santa Fe. Yo estoy ahí, en la esquina. El taxi frena frente a mí. Adentro, veo una polera violeta y una cara redonda, muy grande, con unos dientes enooormes y una sonrisa papelonera. La chica de su interior levanta el brazo derecho y me saluda, sonriente. Era Lola Madryn.
Y si corro? Y si me voy?
Tiene mi nombre, mi teléfono, sabe dónde trabajo.
Y si le digo que me siento mal?
Quedo como un idiota.
Bajó del taxi.
Lola Madryn medía una cabeza más que yo, o tal vez más. Doble espalda. Mucho busto. Mucha cadera, cintura, cola, piernas, tobillos, pies. Era enorme!!!!!
Ojo, no era una chica gorda, gordita, no me refiero a eso. No.
Era enorme!!!!! Grande.
Morocha de tez, morocha de pelo, morocha de todo. La ortodoncia le habría venido bien, imagino.
“Hola Jota!”, saluda, feliz. Hola Lola, muerdo para mis adentros. 

Me siento tonto.
Llovía.
“Entramos?”, pregunta.
Acá? A un bar iluminado de Santa Fe y Coronel Díaz? Adonde me puedan ver? Desde donde me miran como si fuera un perrito en una vidriera?
Pensé todo eso y más, pero sería feo decirlo.
“Conozco un bar a un par de cuadras, más lindo, más tranqui”, le digo. “Conozco un bar más oscuro, con menos gente, con pocas mesas, que nadie conoce, que probablemente esté vacío”, pensé en realidad.
Fuimos. Caminamos bajo la lluvia. No eran dos cuadras, sino seis. “Falta mucho?”, me preguntó en un momento. Yo iba un metro más adelante. Iba pensando en matarme.
Llegamos. Había una mesa ocupada. Me senté en una mesita en un rincón, al lado de una ventana. Pedimos. Ella una Coca. Yo un café.
Hablamos.
Hablamos.
Hablamos durante una hora, hora y media. Fui un total caballero. Me banqué, incluso, que el mozo viniera a servir cagándose de risa. De mí? De ella? De los dos? Se reía el muy hijo de puta.
Gentelman total, escuché su historia, le conté la mía. Fui, reconozco, un poco pedante, un poco soberbio, poco yo. Fui todo eso con la única intención de no caerle del todo bien, de no provocar ningún sentimiento afectivo.
Cerca de las 12, le dije que estaba cansado, que había trabajado mucho, que me tenía que ir. Salimos.
En la esquina se tomó un taxi. Me ofreció volvernos a ver la próxima vez que viniera a Buenos Aires. Le dije “vemos”.
Una sola vez volvió a mandarme un mail, el cual fue respondido con total diplomacia.

Juré nunca más volver a salir con una chica del chat.

No pude cumplir mi promesa.

2 comentarios:

franny glass dijo...

jajaja ayyy iba a borrar esa entrada porque me hace doler la cabeza... pero salió boludeando con un amigo... el otro día nos quemamos la cabeza riéndonos de fotologs de gente conocida y desconocida (ahí aprendimos a imitar su forma de escribir), nos dio pena lo nulos que son para pensar y quisimos ayudarlos

che ya me leí todo tu blog, me cagué de risa con todo lo que escribiste... no sé si te pasan cosas extraordinarias, o si exprimís anécdotas comunes para que queden como histriónicas, o las dos cosas... pero qué divertido estar en tu cabeza

el 'estás más buena que un plato de ravioles' (que primero me sonó para el cachetazo pero cuando te metés en la situación es un lindo piropo en serio jaja) iba de cabeza para la gorda! se derretía si le decías eso... con lo que le deben gustar los ravioles

Anónimo dijo...

jajajajjajajjajajjaja
mori mal

Yo no me quiero casar... (II)

Después de un par de días de meditarlo con la almohada, decidí qué hacer con la señorita protagonista de un par de post atrás. En realidad, ...