El de ayer fue mi cuarto día libre en Lima, desde que llegué hace 22 días. La noche anterior, es decir, el jueves a la noche, me la pasé en el casino con el amigo León y me terminé acostando a las seis de la mañana. Ergo: me levanté, en mi día libre, pasado el mediodía.
Logré salir del hotel a las 2.40, fui a pasear por el malecón, a dar unas vueltas por Larcomar, caminé, caminé, hasta que reposé en una cómoda silla del Bembos para comerme una buena hamburguesa con queso, huevo frito y tomate. Después, Starbucks: cafecito con muffin de naranja y chips de chocolate.
Debía volver al hotel. Había arreglado con mi amiblogger
Sushi Punk para vernos y tomar algo en su casa. Pero llamó:
-Oye, Jota! Te gusta Drexler?
-Sí.
-Bien! Hoy me acompañas, hay un concierto aquí. Vienes conmigo.
-Bueno.
-Tengo entradas Super VIP!! Ponte más contento, Jota!
-Ehh! Iupi!
-Así me gusta! Ven a casa a eso de las seis; viene una amiga, pero puedes venir.
Pasadas las seis estaba en la casa de Sushi Punk. Me invitó una cerveza Pilsen mientras charlábamos de la vida y de la nada, cuando llegó su amiga, cuyo nombre no recuerdo, aunque sí recuerdo que estaba más buena que un atracón con alfajores Capitán del Espacio o, en su defecto (no el de la chica, pues no tenía ninguno... bah, salvo que tenía novio), de una caja de Havannets.
Se sentó, hablaron un poco de sus trabajos, amigos y amores (no entiendo bien por qué, pero cuando estoy con dos mujeres paso a ser una amiga más, hablan como si no estuviera), hasta que nos fuimos: Jorge Drexler tocaba en el Polideportivo de la Pontífica Universidad Católica de Lima. Y yo iba a ser uno de los Super VIP. Yo, Jota! El perdedor!
Al llegar nos dimos cuenta de que todo era mentira. Los asientos 42 y 44 de la fila 14 de la Super VIP estaban más o menos en al Centenario Alta de River, pero a ras del piso. Es decir: el escenario estaba detrás de la cabeza del tipo de adelante. Y adelante del tipo y de muchas personas más, estaban los sectores super extra VIP, VIP de la puta madre y VIP para gente de bien. O algo así, pero había mucha gente delante nuestro. Demasiada.
Lo que veía, aunque restándole el zoom de mi cámara, era más o menos esto:
Mala suerte, nada grave, eran entradas gratis. Pero siempre hay más.
-Ahí adelante están unos amigos, y en la fila delante de ellos hay lugar. Vamos! -sugirió Sushi.
Fuimos. Saludamos a sus amigos, nos sentamos en la fila de adelante.
Empezó el recital, todo muy lindo, hasta que cuando estaba por tocar el tercer tema una chica le gritó algo a Drexler: le había pedido un tema. El, caballero, le respondió unas palabras y decidió complacerla. Se puso a cantar
Horas.
Claro que a los 25 segundos, después de equivocarse dos veces la letra, paró.
-Esto es lo que pasa cuando cantás una canción que hace mucho no cantás -salió airoso, ante los aplausos del público.
Siguió cantando Horas, volvió a equivocarse la letra y a corregirse sobre la marcha. Y todo siguió.
Un par de temas después, frenó porque había un ruidito y un técnico tenía que solucionarlo.
Otro par de temas después, una linterna me alumbró la cara: era la acomodadora para decirme que estaba en el asiento de otro, y ese otro estaba detrás suyo para ocupar su lugar. El tipo, buena onda, decidió irse a otro lugar libre. Y nos dejó en paz.
A los pocos minutos, Sushi se fue adelante a grabar un tema en video, para un trabajo. Cuando volvió, no me encontró: yo estaba ya un par de asientos más atrás, porque habían venido otras dos personas con otra acomodadora y tenían el lugar que ocupaba Sushi. Y lo querían.
Desde ya, el lugar que terminamos ocupando tampoco era nuestro. Por eso, cada vez que se acercaba cualquier persona temblábamos, pensando que íbamos a tener que movernos de nuevo. Por suerte, no ocurrió.
Tenía ganas de grabar un tema en mi camarita digital, algo que había intentado dos veces en vano por mi mal pulso o porque la pendeja de adelante levantaba el celular cada 20 segundos y me tapaba la visión (además, recordemos, no se veía demasiado).
Me puse firme y lo decidí:
-El próximo tema lo grabo entero, y si la mina levanta el celular la mato -le dije a Sushi.
Se apagaron las luces, señal de que se venía un nuevo tema. Y empecé a grabar, y Drexler empezó a cantar El pianista del ghetto de Varsovia, pero la luz seguía apagada... y así cantó todo el tema... el que yo grabé: no se ve NADA.
Después de los bises, nos fuimos afuera con Sushi, porque ella tenía que repartir unas revistas y yo iba a ayudarla. Obvio: volvió Drexler y hubo más bises, con nosotros afuera.
Ya hacía frío. Encontramos a otra amiga de ella, que nos acercó con el auto, y terminamos comiendo en un restorán de un argentino, cercano a mi hotel y a su casa. Hablamos, hablamos, hablamos, hasta que yo empecé a hablar más que ella y Sushi casi se me duerme arriba de la mesa: creo que se aburrió.
Ahora bien, qué tal el recital, qué tal la noche, adónde está la moraleja de la derrota? No la hay. El recital, a pesar de los percances, debo admitir que estuvo muy lindo, entretenido, Drexler tuvo la mejor de las ondas, interactuó mucho con la gente y tocó temas conocidos por todos. Por todos ellos: se ve que los tres discos que tengo de él no son los más nuevitos...
Además, él es uruguayo como yo, un grande. Bueno, en realidad yo no soy uruguayo, soy argentino, pero es más o menos lo mismo, estamos cerquita, hablamos el mismo idioma. "No sé qué Dios es el mío, ni cuáles son mis hermanos", canta él. Es que en el fondo somos todos seres de carne y hueso, no? Sólo que algunos más perdedores que otros.