21/5/08

Desmayo francés

El primero que se me viene a la mente fue cuando tenía unos 15 años. A papá le habían sacado una muela y me pidió un favor:
“Acompañame al baño que me tengo que cambiar el algodón, tengo miedo de que me baje la presión”, comentó.
Lo acompañé.
Me apoyé en el marco de la puerta del baño, miré cómo enfrentaba al espejo, cómo abría la boca, cómo metía dos dedos hacia el fondo, cómo sacaban el agodón lleno de sangre y…
Me desperté en su cama, con papá hablando por teléfono con mi tío, el médico. “Sí, se desmayó. Qué hago?”, consultaba. Tenía un golpazo en la cabeza. Caí recto, hacia el costado. Sin escalas.
Hubo algunos amagues de desmayo, también, como cuando volvía de Ciudad Evita con Ceci, mi primera novia, y tuvimos que bajarnos del 86 en pleno campo porque me bajó la presión (no había nada alrededor y terminamos tomándonos un taxi que pasaba por casualidad y que costó una fortuna); o cuando me sacaron la muela de juicio y cada cinco minutos tenía que advertir “pará, pará que me desmayo”, y me hacían oler alcohol para levantarme el espíritu; en el baño de un avión a España, en el 2000, transpiré hielo durante media hora, hasta que pude salir de nuevo, sano y salvo.
Una vez, durante una clase de Periodismo, me bajó la presión. Mucho. Me recosté sobre mis manos, en el pupitre, y me desperté minutos después. Nadie se dio cuenta. Yo estaba todo mojado por la transpiración. Me desmayé y nadie se dio cuenta!
Y la mejor de todas, lejos: colectivo 65. Venía con Tele y Gabi, grandes amigos, de jugar al fútbol durante seis horas -un clásico de mi adolescencia, ya estoy retirado de ese deporte de alto riesgo-. Bus lleno y Jota que avisa: “Che, me voy para el fondo, no me siento bien”.
Me fui.
Me paré frente a la puerta de atrás, me agarré fuerte del caño de arriba. El tufo a colectivo lleno era desalentador.
En un momento, Gabi me miró, levantó el pulgar, clara seña de “estás bien?”. Le dije que sí. Y no me acuerdo más.
Me desperté en el suelo del colectivo, con toda la gente a mi alrededor, con Gabi y Tele agarrándose la cabeza. Me recompuse, nos bajamos. Me dolía el pecho, la frente, la vida.
Me contaron, asombrados, espantados: “Boludo, te caíste en el agujero de la puerta de atrás. Si estaba abierta te matabas. Un tipo te agarró del pelo y te trajo para atrás. Estabas doblado!!! Nunca vi a nadie con tanta elasticidad. Estabas doblado pero arqueado hacia atrás. Increíble!!”.
La descripción de Gabi no terminé nunca de entenderla. Jamás comprendí cómo con mi poca capacidad de elongación podía estar doblado hacia atrás.
Cuando llegué a casa esa noche, todavía tenía un moretón rojo a la altura del pecho, señal de que el caño de la puerta me había golpeado. Y fuerte. Muy fuerte.

2 comentarios:

Nuria dijo...

Decime que todo esto es mentira y que sos muy bueno inventando historias...
no podes , realmente no podes tener esta vida!
Besos,Nu

Jota dijo...

todo verdad, de principio a fin.
pero no es nada triste la vida, eh! si te ponés a repasar, seguro que vos también pasaste por estas cosas... (supongo, quiero creer)

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