Soy un dulce

La gente que me conoce sabe que soy gordo de alma. Muy gordo de alma. Se sabe, también, que si el alma se trasladara a mi cuerpo, sería el triple de lo que soy.

Mis amigos de la vida podrán decir, y confirmar, que a Jota "le falta la glándula del 'empalagamiento'". No me empalago, es cierto. Ya lo dije otra vez: lo único que no puedo tolerar es un tercer alfajor Capitán del Espacio. Al segundo ya siento cierta picazón en el paladar... Pero ellos saben, claro, que así como no puedo más de dos capitanes, puedo 12 Havanna, o 12 Havannets, o incontables porciones de diferentes tortas, mousse de chocolate, caramelos mogul, confites sugus, etc, etc. Nunca una pataleta, nunca un ataque al hígado. Ya bastante tengo con el resto del organismo, es cierto...

Ahora bien, en el trabajo es otra historia. Si bien degluto cuanto Toblerone, Mars o Smash alguno traiga de un viaje laboral o de vacaciones (ayer me comí seis Kit Kat que trajo Fede), mi perdición es el queso y dulce del bufete. Fue un clásico de mis meriendas hasta que los muy turros, amparados en la inflación que el Indec desconoce, lo empezaron a cobrar cinco pesos. Ahora debe andar por los siete mangos. Aclaro: es una feta insulsa de queso fresco y otra más pequeña de dulce de batata. En el chino de a la vuelta, el triple de eso sale más barato.

En fin, yendo al grano: ayer volvió Fede de sus vacaciones, con los Kit Kat a cuestas y un tema a charlar:

"Viste las Máximas del hombre cualquiera, del programa de Matías Martin?", me preguntó.

Le respondí que no.

"Bueno, no importa. Encontré algo para vos", insistió.

O ampliado...

No lo puedo creer... Todavía no lo puedo creer.